Detras de la línea, nunca nadie dijo que fuera fácil pero las vidas se me acaban como a Mario Bros. en el tercer mundo, es una pena partir, y es una pena verte y que retires la mirada como abono de interés compuesto en razones que no tienen nada de razón. Nos encontramos justo frente a la escalera definitoria de mil raíces, de esas que se alargan no importando justificaciones notorias, ni siquiera pretendiendo el tiempo presente perfecto, la gramática no está para situaciones y la conjugación se nos hundió en el estanque. Me he preguntado últimamente de lo que asecha en pensamientos fortuitos y lo que ocurre de salibas aledañas, de esas mortificaciones de piel, de preocupaciones de sombra, de noches mortuorias y de labios de zanja.
Que me entierren el en el veto de las buenas costumbres y me sonsaquen en el silencio de las farolas auditivas, en mejillas escondidas y en placeres de escondites infrahumanos para el deleite carnal de nuestras más altas pasiones incontables ante tanta humanidad.
No entiendo, sigo sin entender el embrollo en que me he metido, de dónde vino tanta declive, la inclinación es la de antes pero ante más esfuerzo más esgrima de factibilidades alimenticias febriles de bondad y así mismo más notarios del alma qué sobornar para el perdon de los apetitos. Hoy camino en el anden de la pérdida constante de lucha, de los boletos en reventa de la desfachatez y del peaje aleatorio del recorrido de lo suave de los hombros blancos que me abrieron sólo unos instantes esa reja diminuta en la que hay que encajar para saberse a salvo de la mansedumbre de lo insano y la costumbre de lo vano que aún se mece en el entuerto por sabernos casi muertos entre tanto que hay que contar y sobar entre sábanas y artilugios ofuscados, en refugios disecados de sazón en el andar. No entiendo.
¿A dónde vamos con tanta prisa que no nos hemos puesto los zapatos?