martes, 24 de febrero de 2009

Lo que no suceda

Lo que pasa es que el dilema es en sí un estóico monumento a la discordia cerebral. Claro que si te tratara de explicar el color naranja nos saldría más barato, saldríamos todos por la tangente y evitaríamos la disyuntiva que tan recta se nos estaba pintando tras el velo de alquitrán que nos acaricia la mirada. Es como, desayunar con whisky, hay gente que lo encuentra inconcebible, pero ¿por qué?. Por el sólo hecho de respetar una barrera temporal; inconscientemente colectiva: ¿Se supone entonces que afanándonos al brote de impersonalidad debemos pues agachar la mirada como el borrego a medio morir? Lo que sucede es que hay gente que de plano no lo hace, y de sólo imaginarlo, lo encuentra a uno abominable, como el hombre de las nieves.

La necesidad nos atora los dedos contra la puerta del apremio, es andar descalzo por la noche de la necedad y pegarse en el dedo gordo con el mueble del no-futuro. Duele a madres. ¿De verdad crees que tanto movimiento agote las instancias para el sarcástico machucón de consciencia? Es que en serio, no puedo visualizar el disfraz dentro de tanto entuerto, con aplicaciones de cromada indiferencia.

Siempre hay un detonador, algo o alguien que hace explotar el vicio, como petardo de fiesta pueblerina, de todas maneras, siempre está el peligro de salir chamuscado por el fuego amigo, ó, por otra parte, hacer lucir el cielo tan colorido como cualquier andante medieval lo quisiera haber visto ó, incluso, imaginado. Es que es eso. La estrechez de mente, eso te pinta más demente que cualquier atavío obseno en carnaval. Lo corto del alcance de los dardos ya sin tino en las ideas muy vacías, son precisamente esas y no otras, las cosas por las cuales no podemos acceder al consenso democrático, a la cama de la dama o al progreso humanista.

Mientras tanto, lo que no suceda no lo sabremos, porque por supuesto, lo que nos interesa es lo que sucede, aunque éste hecho que sucederá, sea ése y no otro, es cuestión de enfoques, es preguntarse lo mismo, sabiendo que no hay respuesta. Pero, el que no se cuestiona, no se sabe responder.

sábado, 14 de febrero de 2009

Negaré una línea

Se revienta la cinta megafónica de la normalidad con unos cuantas quejas compartidas, de los sentimientos consentidos, de los pensamientos sin sentido. Hay que acelerar el paso en estos casos, porque el show se nos viene encima junto con la luna y la espera no justifica celulares apagados, desconexiones mutuas, declaraciones fatuas. De esos ojos rojos, inundados de duda y sin el mapa misterioso que aún no pinta las nuevas calles para el mes de junio. Diario es una fecha, pero hay días que simplemente habrán de brillar, o que que querrán ser olvidados.

Tanta expectativa es propicia para un vicio en juguetería, un esquema de melancolía inaudita para el perdón de los pasados, la justificación del presente y el propio sueño del futuro, que mira, ¿quién sabe que se traiga entre manos? pero a lo lejos, se le ve un bulto cargando.

Necesito extirparme en sol de invierno, con luz de voz, con entendimiento de mirada, con lágrima disecada del abrazo en sobredosis. Negaré una línea porque el exceso se ha rendido ante mí, pero ya sabes que siempre he de contar con retornos en mi calle tan vacía, pero tan divertida.

Más sal para el náufrago, hasta que se le sequen las córneas y decida ver por dentro lo que de verdad anda buscando por fuera. Siempre en el agua, lamiendo soledades caóticas y micro-cósmicas, extendiendo el brazo para alcanzar a tomar todo lo que pueda intentando no ser visto dentro de su caja de cristal.

Justo cuando empezaba a creerme la historia del loco estepario, del laberinto einsteniano, me regalas unas alas de cera, me prestas sueño de polvo, no tengo frío ni calor y la señora, en el cuarto contiguo, sigue planchando mi ropa.