jueves, 30 de octubre de 2008

La felicidad: una puta

¿Para qué todo este truco de la digestión?, de los 5 sentidos, de respirar y poder llevar a cabo algoritmos y diferenciales con las que hasta volar por los aires podemos en estos días. ¿Cual es el fin último de nuestra existencia? De verdad me cuestiono la razón de levantarme temprano, asearme y salir a trabajar, gastar-comprar-consumir para después producir-vender-ganar. OK, lo entiendo, para subsistir. Pero tiene que haber algo más. ¿En serio la gente quiere reventarse esta mecánica infinidad de veces para poder tener acceso a una casa de 3 recámaras, 2 1/2 baños, garage para 2 autos, home theater con pela-papas incluido, iPod y pantalones Zegna? Y peor aún: Llamar a esto felicidad.

Lo cierto es que calsificamos a la felicidad como un fin y no como un estado, aunque clavemos nuestra banderita en lo alto del monte de logros y nos proclamemos felices por un momento, derrepente abandonamos con despojo dicha conquista para lanzarnos cual mercenarios en busca de las nuevas Indias, tierras felices.

Propongo la trascendencia como fin último del ser, y por lo menos basaré los próximos movimientos de mi vida bajo tal régimen. Después de todo por eso tenemos apellidos. Por trascendencia. El hombre que quería ser recordado por sus actos a través de las generaciones y a través de su estirpe. Para que al escuchar el apellido se remembrace la historia de alguien. También a través del apellido se aseguraba la herencia de bienes, lo logrado por generaciones anteriores y que debería conservarse entre los vástagos. Así pues, trascender, dejar huella en lo que hacemos puede resultar más productivo y traer por añadidura la felicidad, a la cual califico de un estado de ánimo de contentillo, una puta, pues estará contigo sólo si le llegas al precio.

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