jueves, 20 de noviembre de 2008

engañando

Asumo la posición inicial sobre las letras del teclado cual si fuese la misma a la de un velocista olímpico a punto de implotar con fuerza y ansia sobre el pavimento, pretendiendo trascender. Pero ésta noche, misma de brisa helada y ladridos lejanos me ha marcado foul al comenzar a redactar, puesto que no consigo concebir de forma clara lo que venía masticando con las muelas del poco juicio que me queda. Tal parece que la bala de salva con propia arma de editor terminó por sorprender y, con menoscabo, acabó con lo que traía escrito en mi hoja de cuadrícula grande tamaño profesional Scribe.
En fuera de lugar he caído de nuevo y aún no diviso -ni siquiera a lo lejos- si es que me he adelantado o quedádome atrás. Sí, de plano es eso, la errante caminata de un ciego que al fin de cuentas no sabe qué contar porque, como nunca ha visto, no decide aún si lo que vió realmente lo vió. Y, ¿cómo contar algo con vehemencia y aplomo en éstos tiempos de segura duda? Lo único seguro es la muerte-dicen por ahí- y tan segura la sentimos que nunca nos aseguramos de estar seguros cuando seguramente llegue ¿quién planea su muerte?. La mayoría, como Woody Allen, no quiere estar allí cuando suceda, pero se mueren por saber cómo será. En éste tenor me gustaría anotar al margen que quisiera poder sobrevivir a esos finales momentos sólo para poder narrarlos de manera pública, y a los vivos, a ellos todos, les mentiría vilmente. Si lo miras de cerca me iría de aquí engañando tanto a la vida como a la muerte.

No quiero sonar -por otro lado- como novelista suicida ruso del siglo XIX, porque ni soy novelista, ni suicida, ni ruso, ni del siglo XIX, no, esa no es mi intención... pero es que la intención del afable leector es cuando menos intentar entretenerse.

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